Si ayer le dábamos en el gusto a José Andrés Prieto, hoy le vamos a dar a Gabriel García Rosauro, uno de los más enfervorecidos defensores de D. Ramón María de Valle Inclán. Sin duda, Valle Inclán ha sido uno de los personajes más singulares de la historia de la literatura española y, casi seguro, debe figurar en la élite de los extravagantes europeos. Novela y teatro fueron sus géneros, de la misma forma que hizo de su vida una novela, y de él mismo, un personaje. Legendaria es la versión que dio de la pérdida de su brazo (y que no vamos a desvelar aquí, por supuesto). Como curiosidad, diremos que fue Valle quien en boca de uno de los personajes de su obra Luces de Bohemia (el inolvidable Max Estrella) bautizó a Pérez Galdós como Don Benito el Garbancero. Pero lo que da la medida de su genio es que consiguió algo que está al alcance de muy pocos. Creó una figura literaria: el esperpento. En estos tiempos confusos, la lucidez del escritor gallego nos devuelve la posibilidad de mirar la realidad a la cara, discernir el esperpento en que vivimos y del que formamos parte.
Este es probablemente el más famoso retrato de Valle Inclán, realizado por el fotógrafo Alfonso
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