Ayer 27 de enero se celebró el Día Internacional del Holocausto. La razón de que se haya elegido el 27 de enero es que se trata de la fecha en que los soviéticos liberaron el campo de concentración de Mathausen, iniciando así el proceso de desmantelamiento de la máquina industrial de matar que los nazis habían puesto en pie desde la Conferencia de Wansee (Enero 1942).
Tenemos noticias de varios miles de campos de concentración, de trabajo, intermedios... con una estructura minuciosamente planificada con un solo objetivo: el exterminio de los judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, eslavos... en definitiva, de todos los seres inferiores. La idea, como sabéis, no era nueva. Los campos de reconcentración nacen en el contexto de la Guerra entre España y Estados Unidos (1895-98), cuando el general Valeriano Weyler los pone en marcha como estrategia para desplazar a la población civil que eran la base de apoyo de los mambises (rebeldes cubanos). Poco después, en la guerra de los Bóers, los ingleses perfeccionan el modelo, le añaden su punto de crueldad, y los utilizan contra los holandeses surafricanos (este conflicto tiene muchos testimonios que lo hacen único, y uno de ellos es lo sucio y cruel que fue). Pero los verdaderos maestros en el arte del exterminio a escala industrial fueron los nazis, ya lo sabéis.
Si Auschwitz fue el símbolo de la liberación en el frente oriental de la Guerra, y por ello fueron los soviéticos quienes abrieron sus puertas, en el frente occidental el campo que marca el hito es el de Dachau, liberado por los aliados el 29 de abril de 1945. Lo que quizá no sepáis es que según muchos autores el campo de concentración más horrible no fue gestionado por los nazis alemanes. Fueron los ustacha croatas (que se llevaban bien con los nazis) quienes organizaron el campo de Jasenovac... y leer lo que allí sucedió te obliga a replantearte muchas cosas.
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