Seguro que el término utopía os es conocido. Utopía, el lugar perfecto, imposible, situado en ningún lugar, soñado... el contrapunto a nuestro día a día. Lo que debe ser, frente a lo que es. Por eso toda utopía contiene una faceta de crítica del presente, y otra de proyecto de futuro. Y seguro que a muchos os suena Tomás Moro, quien con su obra Utopía proporcionó la base para dar nombre a un género que había nacido mucho antes. En concreto con La República, de Platón.
Bueno, pues una distopía es lo contrario. Una sociedad imaginada, pero indeseable. Tampoco existe en ningún lugar en concreto (aunque algunos autores utilizan referencias geográficas y políticas reales) y casi siempre contiene un elemento de crítica del presente aunque de forma diversa a la utopía. La distopía nos señala un futuro posible, como un señal de advertencia hacia nuestro presente. Podemos llegar a ser esto, si seguimos empecinados por este camino.
Es algo más que ciencia ficción o futurismo (estoy pensando en series muy recientes como Okupiert o Incorporated). Es una interpretación de la historia en sentido profético. Y cuando la distopía está bien planteada, nos devuelve muchas preguntas sobre nuestra realidad. La obra literaria modélica en este sentido es 1984, de George Orwell.
Nuestro querido Santiago Quintanilla me recomendó hace pocos días una serie de televisión basada en una novela de Margaret Atwood, y héte aquí que me encuentro con esta reseña de una serie que plantea un futuro nada halagüeño:
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