Han pasado 226 años desde que tuvo lugar la toma de La Bastilla, el acontecimiento que está en el origen de lo que hoy es la fiesta nacional francesa.
La Bastilla era un edificio de origen medieval que se utilizaba como cárcel, y simbolizaba la monarquía absoluta que se quería derrocar a raíz de la convocatoria de los Estados Generales en 1788. Como sabéis, esta convocatoria fue promovida por el estamento de la nobleza, que en la Asamblea de Vizille vio en la reunión de los Estados Generales (Cortes que no se celebraban desde 1614) la única salida a la presión que estaban recibiendo para empezar a pagar... algunos impuestos. Abiertos en Versalles en mayo de 1789, los Estados Generales derivaron hacia una Asamblea Nacional que abrió la puerta a la Revolución. Mientras en Versalles se dirimían cuestiones políticas de gran trascendencia, el pueblo de París, apenas a diez kilómetros, seguía con atención el curso de los acontecimientos y se convertía en un nuevo escenario revolucionario. Una de las actuaciones populares de más alto contenido simbólico fue el ataque y toma de la cárcel de La Bastilla.
Francia es una nación que cultiva sus símbolos patrios (al menos así parece, desde fuera). Así, el himno (La Marseillaise), La Marianne, el gallo o la Fiesta Nacional (14 de julio). Sería inconcebible, en Francia, una pitada al himno nacional, o un desaire a la bandera.
La fiesta conmemora no solo la toma de La Bastilla, sino también la Fiesta de la Federación, que se instituyó en pleno proceso revolucionario en 1790. Se hizo oficial en 1880.
En París el Musée Carnavalet está especialmente dedicado a la Francia revolucionaria.
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