Michael Kraus, en un interesante artículo publicado en la Revista Antípoda ("Amistades internacionales como contribución a la paz. La correspondencia entre Paul Rivet y Theodor Koch-Grunberg en el contexto de la Primera Guerra Mundial", nº 11, diciembre 2010, pp. 27-42), reproduce un fragmento de una carta que el antropólogo francés Paul Rivet escribe en 1919 a su colega y amigo alemán Theodor Koch-Grunberg.
Aquí lo tenéis, y a ver si alguno se anima a decirme qué le parece:
“¡Mi querido amigo!
[...] yo no sabría bien explicarle por qué, pero he
pensado inmediatamente en Usted, cuando asistí un día a una escena
particularmente patética que ocurrió entre un soldado francés y un soldado
alemán. Eran los días más trágicos de Verdún, en abril de 1916. Todas las
noches, mi ambulancia recibía directamente de las líneas de guerra más próximas
(yo estaba ubicado en Verdún mismo) centenares de seres adoloridos, la mayoría
de ellos mutilados horriblemente. Estábamos en plena atmósfera de batalla, y
los hombres que llegaban adonde nosotros no habían tenido todavía el tiempo de
rehacer una mentalidad humana. Un carro me trajo un soldado alemán herido en un
brazo, y un soldado francés herido en la pierna, ambos igualmente campesinos
sencillos. Después de haberlos cuidado, los hice sentarse en un banco uno al
lado del otro, esperando evacuarlos. Los observé de lejos. El francés comenzó a
armar un cigarillo; después de unos instantes, vi que se dirigió a su vecino
preguntándole si quería fumar. Entendí un “Ya” [sic] sonoro y vi una amplia
sonrisa. El tabaco pasó a las manos del alemán, pero cuando el francés se dio
cuenta de que el alemán no era capaz de armar un cigarrillo por sí mismo, a
causa de su herida, volvió a tomar el tabaco, armó un cigarillo, lo encendió y
se lo pasó a su vecino. Me acerqué y le interrogué. Él era de las regiones
ocupadas y desde hacía dos años no había recibido noticias de su mujer y de su
hijo. Y como yo simulaba asombrarme de su comportamiento, con el objetivo de
averiguar el fondo de su pensamiento oscuro, él, señalando a su vecino, me dio
esta respuesta, que todavía hoy en día, creo oír: “¿Qué quiere usted? ¡Es un
pobre hombre como yo! Usted entiende bien, ¿no es así?”. No le cuento la
historia para vanagloriarme de la nobleza de nuestros soldados. No, se la
cuento porque ese día comprendí lo artificiales que son los sentimientos del
odio de razas, y llegué a convencerme de que la enorme solidaridad de la
miseria humana volverá a reunir con la misma fraternidad a quienes estaban
motivados a matarse a causa de los gobiernos. Entonces pensé con satisfacción
en el día cuando, con Usted, pudiera volver a establecer en particular las
relaciones amistosas que la guerra interrumpió tan trágicamente […].”
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