.. que en ese momento era el Gobernador Civil de Barcelona. (La España de mi vida. Autobiografía, Ed. Grijalbo, 1977, p. 52-53).
"Así las cosas, el 26 de julio estalló una huelga de evidente tipo revolucionario, pero que durante aquella mañana no llegó a ser general. Pude ir cohibiéndola en sus varias manifestaciones sin exagerar las medidas de rigor, pero confieso que me dispuse, si la huelga se extendía, a usar aquella misma tarde toda la severidad precisa, sin más límite que la necesidad.
En tal momento me sorprendió un telegrama del ministro de la Gobernación ordenándome reunir la Junta de Autoridades para decretar el estado de guerra. Aunque yo lo creía innecesario y contraproducente, tuve que rendirme a la indicación. Reuní a las doce del día en mi despacho al capitán general D. Luis de Santiago (...) y al presidente interino de la Audiencia don Elpidio Abril. Yo sostuve el criterio de retener el mando siempre que las fuerzas del Ejército se pusieran a mis órdenes según disponía la Ley provincial. El general defirió a mi criterio pero no me ofreció sus fuerzas. El magistrado optó por el estado de guerra porque estaba seguro de que su simple declaración implicaría el apaciguamiento total. Entonces al general le fue obligado discurrir que si el retener yo el mando acarreaba el uso de la violencia y el tomarle él provocaba la paz fulminante, su elemental deber era asumirlo. Y así, por dos votos contra el mío, se dio el caso insólito de declarar un estado de guerra para no hacer uso de la fuerza, contra el criterio del gobernador que quería usarla. El error tuvo comprobación rapidísima. Aquella misma tarde los revoltosos se llamaban unos a otros alegremente diciendo:
- Vingueu, vingueu, que la tropa no tira.
Había comenzado el movimiento el lunes a las siete de la mañana. En las horas que yo tuve el mando no había habido ningún incendio, ningún descarrilamiento, ninguna muerte. Todo esto empezó a las dos de la tarde del martes, es decir, cuando los sediciosos se dieron cuenta de que se las habían con una autoridad que no quería ejercer su autoridad.
Al final, el general tuvo que emplearla mucho más duramente que lo que él supuso. Hubo de salir a la artillería a la calle y dominar la agitación a cañonazos. Hubo que matar bastantes hombres en la lucha. Hubo que fusilar a otros. ¡Triste apaciguamiento el pronosticado en la Junta de Autoridades!"
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