“Al ver de nuevo Moscú quedé asombrado. En realidad, había partido para el extranjero en las últimas semanas del comunismo de guerra. Ahora todo tenía otro aspecto. Habían desaparecido las tarjetas de racionamiento, ya no se fichaba a la gente. El personal de los diferentes departamentos se había reducido considerablemente y nadie redactaba ya grandiosos proyectos. (…) Los antiguos obreros y los ingenieros restablecían con gran esfuerzo la producción. Iban apareciendo mercancías. Los campesinos comenzaban a traer animales al mercado. Los moscovitas iban ya comiendo y poniéndose de buen humor. Yo me alegré y me entristecía a la vez. Los periódicos escribían sobre “las muecas de la NEP”. Desde el punto de vista de político o del productor, la nueva línea era correcta; ahora ya lo sabemos: dio exactamente lo que tenía que dar; pero el corazón tenía también sus razones; a menudo, la NEP me parecía una mueca maligna.
(…)
Junto a los restaurantes había coches de lujo, a la espera de quienes hubieran terminado la juerga, y , como en los lejanos tiempos de mi infancia decía: “¿quiere que le lleve, su alteza?”. Allí mismo era posible ver mendigos y niños abandonados; tendían lastimeramente la mano: un cópec. No había copecs: había millones y billetes de diez rublos nuevecitos. En el casino se perdían varios millones en una noche: comisiones de intermediarios, especuladores o ladrones vulgares”.
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