La primera condición para que una profecía se cumpla es pronunciarla. Esto se puede aplicar a muchísimos campos. Pongamos un ejemplo: Bertand Russell decía que cuando un joven piensa que nunca hará nada interesante, probablemente nunca haría nada interesante. Ahí hay una aplicación práctica. Cuando hoy nosotros decimos que esto va a ir cada vez peor, probablemente consiguiremos que así sea. Luego diremos: ¡Ves! ya lo decía yo. ¡Pues podrías haberte callado, pájaro de mal agüero! Porque el problema es que lo decimos porque sí, porque nos parece, pero sin argumentos sólidos. Cuando se argumenta, ya no es una profecía, es una advertencia. Y eso sí está bien.
En ese sentido, de vez en cuando conviene rescatar frases de escritores de antaño, que nos muestran la realidad desde otro punto de vista. Hoy van las cosas van mal, y cada uno quiere tirar por su lado. La razón solo puede ser una: que pensamos que la culpa la tiene el otro, que es el que me arrastra hacia el precipicio. Y por eso, hay que romper lazos.
Decía Cayo Crispo Salustio: "con la concordia se acrecientan las más pequeñas cosas, y con la discordia las más grandes se destruyen".
Pues nada: ahí queda eso.
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