16 de agosto de 1773: tras muchas negociaciones impulsadas desde las cortes de Francia, España y Portugal, el papa Clemente XIV firma el breve de extinción de los jesuitas. El enfrentamiento de los poderes seculares con la orden venía desde tiempo atrás. Los motivos: no están tan claros como podría parecer, pero se mezcla la ambición económica de unos y de otros; el recelo hacia una orden poderosa y con un voto de especial obediencia al papa; la cercanía de muchos jesuitas a la nobleza (no se menciona la cercanía de otros muchos al pueblo más llano...
El caso es que ya en Portugal el Marqués de Pombal había decretado la expulsión de los jesuitas de los territorios de la corona portuguesa en 1759 (en este contexto se inscribe también el problema de las reducciones jesuiticas de Uruguay, tan poéticamente mostrado en la película La Misión). De Francia fueron expulsados en 1762, y de España en 1767. En este último episodio jugó su papel el motín de Esquilache. Los religiosos fueron acusados de instigar directamente esta revuelta contra Carlos III y su gobierno. Y el precio a pagar fue la expulsión.
El corolario de toda esta cadena de acciones contra la compañía de Jesús fue una estrategia conjunta para pedir al Sumo Pontífice la supresión definitiva de la orden. Y se consiguió: 16 de agosto de 1773.
Y ahora, lo que a más de uno puede sorprender. Carlos III encomendó la misión de pelear este asunto en Roma a un joven fiscal murciano, de nombre José Moñino. El monarca quedó tan satisfecho, que premió sus gestiones concediéndole título nobiliario. El fiscal pidió llevar en su título el nombre de una finca familiar, si mal no recuerdo. Así que pasó a la historia como el Conde de Floridablanca.